El para qué

CUENTOS DESDE EL OTRO LADO
(Madrid)

– Confía, confía, confía…

Respiré profundamente. El vaivén del metro, el último encuentro con ella.

– Confía, confía, confía… – me repito

No importaba nada que faltaran diez minutos para que mi autobús se fuera, ni que el metro fuera, aún, por aquella parada en la que horas antes ella había decidido bajar, sola, sin más despedidas. No importaba nada, ni las inmensas maletas arrastradas por aquellos interminables pasillos que me llevaban de una línea a otra, ni el tiempo escurriéndose entre las vías, mis ojos, las rendijas de las escaleras mecánicas, juntos a los anuncios de bikinis de la nueva temporada, lejos de tu sueño, en el seco abrazo de la certeza que nunca podrá ser el mío.

– Confía, confía, confía…

Aunque tras la alocada odisea la agonizante y extenuada realidad me encuentre agotadamente absurdo en la dársena vacía. Abandonado al fin por el bus, por tus labios, por mis cuentos, por nuestros besos. Aquellos que en su ansia se apoderan de nuestras ganas que no se permiten traspasar el muro de respeto que el real recuerdo del uno nos/te/me impone.

– Confía, confía, confía…

Pero el autobús no había esperado. Cuatro minutos después de su marcha no me quedaba ni el recuerdo de su silueta. La tuya sin embargo, vivida cuatro años antes de empezar la espera, el sueño, mi cuento, no podrá borrárseme del alma.


En la terca noche todo parecía artificial: mis pasos, los semáforos, las luces de los coches, las personas, el taxi… derrotado sobre el asiento cabeceé hacia atrás sin más fuerza que para fijar destino.

– ¿Pareces agotado?

La total inmovilidad fue el asentimiento más rotundo. Su mano, acompañada por la más plácida sonrisa, se perdió de mi vista unos segundos volviendo aparecer nuevamente con un dulce regalo.

– ¿Quieres un caramelo de bien?

Entre la derrota y el asombro sólo atiné a devolver algo así como una sonrisa y a coger la golosina mentolada. Mientras lo desenvolvía con calma para llevármelo a la boca continuaba.

– Creo que todo lo que pasa tiene un “para qué”. Aunque queramos empeñarnos en que sea de otra manera. Por ejemplo, cuando voy detrás de otro taxi y justo engancha una carrera que pierdo por ir detrás de él siempre pienso: Si él no hubiera estado delante, esa carrera sería mía y me habría llevado hacia un lugar y un destino que nunca conoceré. Nunca sabré si será mejor o peor que lo que viviré en esa noche, simplemente será distinto. Así que considero que todo tiene un “para qué” y a partir de ahí todo lo vivo como asombroso intentando sacar un aprendizaje de esa noche.

Hablaba como si me conociera de siempre, y yo lo escuchaba sin más. No se si por mi cansancio físico o por el mental percibí que los ojos de aquel hombre envejecido y bonachón guardaban un intenso brillo.

– Tengo cincuenta y siete años. Hace unos meses me despidieron del trabajo donde ocupé toda mi vida. Dicen que por la crisis, pero esa crisis sólo trae desgracia a los que pierden el empleo y puro beneficio a los que la hablan y la provocan. La crueldad del PARO sólo se puede entender cuando llega a la casa de uno. – me decía – Por suerte, hace poco entré al mundo del taxi.

Tranquilo y resuelto a pesar de su edad, un tupido bigote coronaba una sonrisa franca y sincera que no le quitaba del todo un aura de nostalgia irremediable.

– Trabajo doce horas todas las noches y me da para vivir con austeridad. No pido más, el mundo está cada vez más jodido y no por la avaricia de los que se están haciendo ricos a nuestra costa sino por las pocas ganas de ser mejores de los jodidos. Por la falta de confianza en los demás.

No dio tiempo a más, el destino llegó pronto a nuestro encuentro con el sabor del caramelo aterrizando al paladar y de nuevo sólo en medio de la nada con las inmensas maletas sobre los hombros y una humilde certeza.

La alocada odisea, mi determinación, los interminables pasillos, la corta carrera, la noche, la plaza vacía, el frío, el sólido apretón de manos y su brillo en los ojos me descubrieron el “para qué” perdí el bus:

Confiar en los demás no significa nada si no confiamos antes en nosotros mismos. A pesar de los problemas o quizás justo por ellos.

Por otro lado sigo sin entender el “para qué” de este adiós definitivo. Ahora que ya confío y tú confías.